De los dos millones de especies conocidas en la Tierra, un millón y medio son animales y el 96% de ellos corresponde a invertebrados. Entre estos, los insectos representan el 68%, mientras que otros grupos, reconocibles para el ser humano, están los moluscos, equinodermos, anémonas, lombrices y parásitos como los nematodes.
Su diversidad es enorme, aunque poco explorada. Los invertebrados abarcan desde formas microscópicas hasta organismos de varios metros. Los hábitos son muy variados: depredadores, filtradores, de vida libre o sésil, habitantes marinos, terrestres o de aguas continentales, capaces de enterrarse en sedimentos, perforar superficies duras o incluso sobrevivir en ambientes extremos como aguas sulfurosas.
Esta diversidad de formas y modos de vida convierte a los invertebrados en indicadores ambientales valiosos. Se los utiliza en estudios de restauración de hábitats, evaluación de contaminación, impactos del cambio climático, y también en investigaciones en biomedicina, genética y neurobiología. Además, su relación con la economía y la salud pública los hace relevantes en la vida humana.
Las actividades humanas alteran su distribución, intensificando la crisis de biodiversidad y fomentando bioinvasiones. Si bien la atención se centra casi exclusivamente en aves y mamíferos, los invertebrados representan la mayoría de las especies y concentran el mayor número de extinciones conocidas.
