La primera expedición a la Península Antártica

Hace 120 años los primeros exploradores colectaron numerosos fósiles, aunque nunca advirtieron la potencialidad científica de la región.
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El Dr. Otto Gustav Nordenskjöld nació en 1869 en la provincia de Småland, al sur de Suecia. Fue profesor de mineralogía y geología en la Universidad de Upsala. Desde muy joven comenzó a realizar expediciones geológicas: en 1895 a la Patagonia y Tierra del Fuego, y en 1898 a Alaska y Groenlandia.

En 1901 decidió preparar una expedición a la Península Antártica, en un velero que bautizó “Antarctic”. Lo puso al mando del Capitán Carl Anton Larsen, 32 años, experimentado explorador antártico. El velero medía 40 m de eslora, 9 m de manga y desplazaba 335 toneladas. Estaba dotado de una máquina auxiliar para navegar a vapor.

La embarcación partió de Gotemburgo en octubre de 1901, con una tripulación formada por ocho científicos y dieciséis oficiales y marineros.  

A Buenos Aires llegó el 16 de diciembre donde, a pedido de la Armada Argentina, incorporó a su tripulación a José María Sobral, joven alférez de fragata argentino de 21 años de edad.

El Antarctic partió de Buenos Aires el 21 de diciembre de 1901, y el 11 de enero de 1902 estaba en las islas Shetland del Sur, y a comienzos de febrero arribó en las cercanías de la isla Seymour, donde más tarde se instalaría la Base Marambio. Aquí desembarcaron materiales y víveres, y construyeron una cabaña de madera, aislada con cartón prensado, donde se alojaron Nordenskjöld, Sobral, dos científicos más y personal de servicio.

Como el Antarctic no pudo dirigirse hacia el sur, por el avance de los hielos, puso proa a Ushuaia, y luego a las Islas Malvinas, para reaprovisionarse, y regresar a la Península en verano.

Durante el invierno de 1902, el equipo cumplió con todos los trabajos programados: levantamientos cartográficos, magnéticos, astronómicos y geológicos.

Los datos geográficos permitieron confeccionar mapas más ajustados a la realidad, y con los estudios geológicos, descubrir una rica fauna marina, mamíferos, aves y peces. En la isla Seymour encontraron una gran cantidad de fósiles, principalmente amonites, huevos de vertebrados, restos de moluscos marinos y, por primera vez, restos de fósiles vegetales.

Los investigadores observaron que las temperaturas antárticas eran inferiores a las registradas en las mismas latitudes del hemisferio norte: temperaturas medias de -12° C, y registros extremos de -40° C. La velocidad del viento muchas veces superaba los 100 km por hora.

La primavera de 1902 fue aprovechada por los investigadores para hacer recorridos en trineo; en octubre, Nordenskjöld, Sobral y Jonasson recorrieron más de 600 km.

Mientras avanzaba la estación, los hielos se derretían, pero el Antarctic no daba señales de vida. Y cuando ya en pleno verano –en febrero de 1903– entró una gran tormenta, y el mar volvió a congelarse, los expedicionarios se convencieron que debían soportar el invierno de 1903 en la cabaña de Cerro Nevado.

El 12 de febrero de 1903 el Antarctic terminó por hundirse. Sus tripulantes – 20 hombres en total – cargaron en dos lanchas balleneras las provisiones que pudieron salvar del naufragio, y remando alcanzaron llegar, el 28 de febrero de 1903, a la pequeña isla volcánica Paulet, a unos 45 km del lugar donde naufragaron.

La expedición quedó así dividida en tres grupos separados: uno, el de los científicos, en Cerro Nevado; otro, formado por el geólogo Anderson y los cartógrafos Duce y Granden, en Bahía Esperanza; y el tercero, el de los náufragos del Antarctic en la isla Paulet. Los tres debieron pasar el invierno de 1903 en condiciones sumamente críticas, con muy pocos víveres, y con alojamientos precariamente construidos. A pesar de ello, además de alcanzar a sobrevivir, continuaron con sus observaciones científicas.

Para octubre de 1903, cuando el hielo comenzó a abrirse en el mar de Weddell, pensaron que podría llegar un navío de rescate. No estaban equivocados.

El 9 de noviembre de 1903 partió de Buenos Aires la corbeta argentina Uruguay, al mando del teniente de navío Julio Irízar, con el propósito de rescatar a estos expedicionarios. En diciembre de ese año arribó a la isla Cerro Nevado (Snow Hill) y cumplió exitosamente con su objetivo.

El 2 de diciembre fondeó en Buenos Aires con todos los integrantes de la expedición sueca, y las colecciones de fósiles obtenidas durante las campañas científicas.

A pesar de la importancia de los fósiles colectada en la isla Seymour, Nordenskjöld no pudo advertir la potencialidad fosilífera que esa pequeña isla tenía, y cuán importante era para obtener evidencias de un pasado sin hielos y mucho más cálido.

Transcurrirían más de 70 años antes que la comunidad científica internacional reconociera la significación de esa isla ubicada al noreste de la Península Antártica.

Autores: Marcelo A. Reguero y Juan José Moly

Descargar el artículo completo: OTTO NORDENSKJÖLD: SU VISIÓN PROFÉTICA DE LA ANTÁRTIDA

 

 

 

 

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